Temblorosos amaneceres coronan suaves colinas de frentes altivas donde el
rocío se posa complacido sobre la estepa soñolienta. Levanta los ojos al cielo
el jilguero madrugador pregonando las bendiciones del nuevo día y a su voz de
pico responden entonadas otras tantas, polifonía insólita de improvisado
pentagrama que emerge de la espesura. Agarrados a la tierra suspiran los
majestuosos pinos, ríen brezos ruborosos rozando la tímida ajedrea, el morado
espliego compite con el bálsamo del romero mientras el tomillo a rastras,
humilde se desdice de todas las soberbias. Como espadas blandidas por el más
compasivo de los dioses, se yerguen en las ramblas las rosadas adelfas,
punzantes aliagas se abrazan a la base de los palmitos, sacude el enhebro su
polvoriento talle y el lentisco se ensancha orgulloso besando los troncos de
las carrascas.
Abrigo del barranco
La Carrasca