“Pepón era
artista de profesión. Cantante lírico para más señas. Tenor. El creía ser el
mejor en la profesión. Su voz, su técnica bucal, eran un prodigio. (Según él,
claro.) Sin embargo la realidad, la cruda realidad, es que estaba colocado
dentro de la profesión, en un segundo plano, lugar en el cual, él, creía no
estar bien considerado. El quería un lugar de preferencia, y no estar marginado
a papeles segundones. El creía merecer algo más.
“Cuando
comenzó en serio con aquello del canto, estaba convencido de que pronto
llegaría a lo más alto. Se convertiría en un divo. (Como en realidad lo piensan
todos.) Interpretar un Otelo sería algo cotidiano en su repertorio. Sin embargo
el tiempo pasaba, y aquello que ocupaba la totalidad de sus sueños no llegaba,
y sus papeles seguían siendo siempre de segundón. Y no es que por ello le
faltase el reconocimiento de la profesión, antes al contrario, su trabajo
estaba siempre bien valorado en las compañías en las que trabajaba. Pero eso a
él no le bastaba. El quería algo más. El se merecía lo mejor…”
Emilio Marín
Así inicia esta segunda historia
modesta, expresión que define como
“apenas pequeños cuentos, sin héroes, pero llenas de valor, anónimas, ignoradas
y olvidadas, que a veces regresan y te cogen desprevenido obligándote a volver
la vista atrás, a rememorar personajes y hechos, que podrían no tener nombre
propio sino la impronta de una época y de unas vivencias. Estos recuerdos nos
han estado acompañando, sobrevolando los avatares del día a día, y que de
improviso acuden a nuestra memoria mutilados por el paso de los tiempos. Ahora
son fruto de nuestra mala memoria, pero que sin duda son el testimonio de algo
que fuimos, que somos, y que seguiremos siendo. ¿Hasta cuándo?”