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14 de julio de 2012

Manrique, el Soldado

El próximo lunes se inician los II Cursos de Verano de LA SIERRA, Fundación de la CV

Hoy finalizamos, con esta entrega, la serie de trabajos con que Pepe Marín nos ha ido deleitando durante esta última etapa del curso, bajo el título genérico de Historias modestas.
La correspondiente al día de hoy tiene por título: Manrique, el soldado.

Manrique estaba viejo. Ya era un hombre mayor, pero estaba más viejo de lo que cabría esperar. Los avatares de la vida la habían pasado por encima, dejando sobre él la huella decadente de una mala vida. Nada de eso fue voluntario ni elegido por él, las cosas vinieron así y no pudo, o no supo, oponerse a ellas. Ahora podía decirse, con buena parte de razón, que estaba viviendo la etapa más tranquila de su ya dilatada vida. Retirado de todo, no quería recordar su vida pasada, aunque esto, cuando se juntaba con gente de su edad, no era posible, siempre se terminaba en el mismo tema: los dramáticos sucesos que les marcaron a todos, a unos más y a otros menos, para el resto de sus vidas. Procuraba no relacionarse mucho con sus convecinos, pensaba que nada bueno podía esperar de ellos, pero cuando a solas, adormilado a la sombra de una olivera, o en la vieja cama de su habitación, cuando las sombras caían sobre sus párpados, la rancia película de unos días nefastos volvía a proyectarse en su subconsciente.


De joven, como todos sus amigos en el pueblo, era inconsciente y bastante irresponsable. Algo simplón por falta de conocimientos, no reflexionaba a la hora de actuar, y era incapaz de distinguir entre lo correcto y lo que no lo era, por lo que pasaba por bruto y primitivo, sin ser esto algo extraño en aquellos lugares. Carecía de malicia y picardía para encarar las cosas, y por eso era fácil de manipular para que sacara sus instintos más disparatados y ser parte de la diversión en cualquier circunstancia. ¡Botarate!

Nunca fue a la escuela. Desde muy pequeño fue arrastrado hasta el campo para ayudar en los trabajos para los que se hubiese requerido a un adulto, un hombre hecho y derecho, no un niño a medias de hacer, y así se quedó incompleto, embrutecida la mente por el sol, la lluvia y la escarcha, quedando encadenando tras el cansino andar de una caballería. Cuando el campo le dejaba tiempo libre, o en invierno al terminar la jornada, se reunían los amigos en el casino del pueblo a jugar unas partidas de dominó o de cartas. Ganase quien ganase, o perdiera quien perdiera, las partidas siempre terminaban en bronca bien remojadas con el vino peleón de cosecha propia, que el camarero les servía de una garrafa. Luego a casa a dormir la mona.
Emilio Marín Tortosa