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22 de junio de 2012

La Leche y sus derivados

Siguiendo el tema de las industrias del agua en el secano enguerino, hoy hacemos referencia a una primera aproximación al la Industria de la leche, tal y como hemos podido recabar de los mayores que formaron parte de ella.

En efecto, seguro que alguna vez te habrás preguntado cómo se las arreglaban nuestros abuelos con la leche que debía producirse en gran cantidad en La Sierra, pues los datos de que se disponen hablan de grandes cantidades de cabras, ovejas y vacas.
El autor no llegó a conocer aquella época, sino la de los años 40 del siglo pasado y, en referencia a ella escribe, entre otras cosas, lo siguiente:
“También llegué a conocer, e incluso participé activamente, aquella costumbre de tener una o varias cabretas en régimen, diríamos, de una especie de pupilaje. Me explico, atendiendo a mi propia experiencia.
“En efecto, un día, mi tío Juan que, dicho con todo el cariño que le profesé, era más muñaquero que pastor y… conste que debido a su deficiencia física, había ejercido de pastor, pienso, desde su infancia. Decía que mi tío Juan me regaló una chotica que, recién parida, me llamó la atención porque no era negra totalmente, como en mi mente infantil pensaba que eran todas las cabras; en efecto, aquella chotica tenía sendas manchas blancas disimétricas a ambos lados del lomo y una pequeña en la testuz.
“Más contento que un chular marché desde el corral, que tenía mi tío en la calle de san Antonio de Padua, a mi casa en la calle san Antón, portando el regalo que acababa de hacerme mi tío. A llegar a casa mi padre me obligó, a pesar de mis explicaciones, a devolverla. Mi mente infantil no entendía nada. Y, con la cara y manos humedecidas por lágrimas y mocos, me tocó recorrer, bien que en sentido inverso, el camino de mis alegrías.”
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“Al día siguiente, como en mí era habitual, tras la escuela y en medio de los juegos con los otros chiquetes de la calle, llegó el momento de jugar a toreros con las cabras que, sueltas por medio de las calles, volvían a casa de sus respectivos dueños para ser ordeñadas y propiciar que, diariamente, pudieran consumir tan preciado alimento.
“La bandá de este tipo de cabras sin pastor, no confundiendo la casa de sus dueños, por todas y cada una de las calles era algo frecuente en mi infancia. Cualquier casa que tuviera un bancal o una campiña podía disfrutar de este servicio y, las circunstancias de escasez así como su derivada primera, deficiente nutrición, o bien la segunda, enfermedades provenientes de la primera, aconsejaba que las familias devinieran prudentes. En otras palabras, una cabreta en casa alejaba al médico.”
Pepe Cerdá
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