Y, entre tanto, con “El susto de Ferrán González” finalizamos, de momento, la aportación del maestro Granero a nuestro blog.
Las fotografías pertenecen a la colección “Primavera en
Enguera”
Cortesía de doña Tere
García-Consuegra
En primer
lugar la Redacción quiere dejar constancia
de la gran suerte que ha sido poder recuperar todo este material que,
mensualmente, hemos podido colgar durante el trimestre. Y ha sido una suerte,
que no hubiera sido posible sin esa desinteresada y callada labor de donantes
anónimos de un pueblo.
Y por ello, en
segundo lugar, hoy nos corresponde agradecerlo, además de a quienes nos
hicieron partícipes de sus papeles, a quien nos brindó la oportunidad de
conocer otra forma de hacer literatura. Sí, una forma más intimista. Más
nuestra, en sentido de colocarnos ante vecinos de nuestras propias calles y, a
partir de ahí, elevarnos a los goces de saborear odas, poemas y otras figuras literarias.
Es cierto, y
también hay que decirlo, que los de
siempre lo interpretarán “como siempre”. Para ellos, nos dirán muy puestos en
pose doctoral, es vergonzante ironizar sobre los marginales. Y, como se suele
decir, se quedarán tan anchos…
En realidad,
pobres de ellos, no alcanzan, o tal vez porque sí, que el gran dominador de una
lengua, el escritor, lo que persigue no es otra cosa que elevar a sus lectores
de la ramplonería del quehacer a las dichas del goce intelectual. Y para ello,
y en épocas de escasez y pobreza de tiempo para cultivar la mente, nada más
elemental que la técnica empleada por Emilio Granero y que hemos querido hacer
pública: ¡gocen las Odas!, ¡disfruten los Sonetos!, ¡memoricen una Quintilla…
escrita sobre algo o alguien que todos conocen!
Esta fue la
gran aportación cultural del Maestro Granero en la dura Enguera de los cuarenta
y cincuenta.
Con posterioridad vendrán las
grandes narraciones, los jurados y, sobre todo,… la literatura de masa de los
años del desarrollismo y el consumismo, con lo que los de siempre se sienten
tan orgullosos de “poseerla”…
Pero Emilio permitió que los otros enguerinos pudieran “degustar”,
o mejor, no olvidaran las formas literarias que aprendieron en la niñez y que
la crueldad de la vida quería olvidaran.
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