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6 de octubre de 2012

Los Semovientes


Cosas del campo, amigo Columela!... ¿Sabes? En mis días juveniles solían despertarme al amanecer el rodar de los carros y el amblar de las caballerías que salían para el tajo.
En el huerto de los frailes –recuerdo–  cantaba entonces un ruiseñor, que ya no ha vuelto a cantar…, y callaba cuando sentía acercarse el son de coco hueco de los cascos.
Por su peculiar andadura, yo podía a la sazón distinguir desde la cama, valiéndome del oído, a cualquier especie de solípedo: macho, haca, burro…, dejando en el aire de la calle –¿quién habló de igualdad?– un eco discriminatorio. Y a veces, podía yo, incluso, adivinar sin error, a cuál amo pertenecían.
No es tierra de caballos nuestra tierra. A lo sumo se ha visto por acá algún caballo de prócer, de sangre bastarda (la del caballo, por supuesto), de manera que, más devotamente que al caballo de Clavijo, adora el enguerino al manso asnillo de la Huída a Egipto, y al mulo de los santos predicadores de otros tiempos.
Por lo que a mí respecta, es evidente que heredé de mis ancestros manchegos…
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Con estos párrafos iniciaba Emilio Granero, en julio de 1.968, un precioso artículo del que se hizo eco la Revista Enguera de ese mismo año.
Hoy lo hemos querido traer al blog para que disfruten de una literatura suelta y expresiva, a la vez que intimista, de quien fuera uno de los máximos exponentes enguerinos en la literatura nacional del siglo pasado.
Con nuestra mayor veneración a este trabajo de recuerdos juveniles del autor.

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